Sobre libro poético “Cantar en solitario” de Jorge Marel… (06/06/2’024)

Sobre libro poético “Cantar en solitario” de Jorge Marel… (06/06/2’024)


Mi pariente Jorge Marel, el poeta del mar, La Mar, es un Filósofo que expresa su pensamiento y su sentimiento con poesía. Por eso es preciso, concreto, breve, profundo como el mar. Sus versos son frases para la reflexión del espíritu que va comprendiendo la existencia. Cantar en solitario es una expresión no dramática, no trágica, mucho menos cursi, porque los verdaderos poetas no cometen el error de la cursilería. Se podría decir que es romántico, porque, ¿qué es la vida? ¿Qué son los años de un hombre mortal cuando su cuerpo envejece y queda solo acompañado por el mar y por el cielo y por la tierra y por el fuego que lo hace cenizas? Que todo eso es poesía. ¿Qué sería de uno sin el poema de la vida? Porque la vida es bella, lo que no es bello es el sistema de mundo en el que nos ha tocado vivir. De un mundo sin verdadero propósito, porque el propósito más normalizado de este sistema de mundo es nacer, crecer, reproducirse, trabajar y trabajar vanamente buscando grandeza o realización, vivir en el caso de Jorge Marel solo contra el mundo, y después morir. Algo que nos hace pensar a los rebeldes con causa en nuestro propio destino. ¿Será que ese es el propósito de existir? Yo no lo creo, soñamos con un mundo diferente a este, por eso lo escribimos a nuestra manera, y Jorge Marel encontró su propia voz hace rato, la voz que lo hace inmortal.


Por eso le canta al mar, y no es solamente el poeta de La Mar, es el poeta del mar y de todo lo que esté dentro y fuera de él, porque también le canta a todo aquello que acompaña al mar. Y dice: “Para qué ser el mar si solo soy el sepulcro de los ríos.” Y no es solamente el mar de aguas, sino que también el mar del exilio, y compara al mar con la sangre, porque la sangre también es un mar, así como también es el mar un libro sagrado por sus palabras, como el lejano relámpago de los mares, como la noche profunda del mar y su profundo rumor, y la memoria del mar, y la soledad del mar, o el desierto del mar o cuando el mar era un desierto, y los pájaros que vuelan sobre el mar y también se bañan en él. Y la espuma de las olas del mar y el mar que da vueltas con uno. O cuando el mar canta, y los espejismos del mar, y las montañas que están cerca al mar, porque desde otra perspectiva las montañas no están tan lejos del mar. Y bien cita el poeta al poeta Arthur Rimbaud, cuando Rimbaud dice que la “Eternidad es el mar unido al sol.” Alguna vez he pensado que cuando alguien muere, antes, pide ser incinerado, y que sus cenizas tiren a la playa o al mar; otros siguen el rito tradicional, no obstante, a mí me gustaría que al morir tiren el ataúd al mar para quedar sepultado en sus profundidades, que en vez de tierra, sea agua lo que me cubra, y así servir de alimento para los peces. A no ser que llegue Poseidón y me reviva o conserve mi cadáver en su reino. 


El verdadero poeta nunca deja de tener el corazón de un niño, los recuerdos del niño permanecen, son recuerdos que no crecen, son recuerdos que nos permiten comprender la vida, porque en la niñez hay una verdad que uno observó y que en ese momento no logra comprender, luego, con la experiencia uno la va entendiendo, sin embargo, ya quisiera ver uno la vida como cuando era niño y con la experiencia del ahora. Jorge Marel rememora su infancia, le hace recordar a uno la nuestra y entender su manifiesto. En el patio del Caribe, los árboles, la playa, las aves, la noche, el día. A todos canta mientras todo recuerda, como cuando hacía castillos de arena. También dice temer al mar, no porque sea un miedo pavoroso o morboso, sino porque el mar merece respeto por su grandeza o inmensidad y profundidad, de eso se trata el temor.


De la misma estirpe del poeta Adolfo Martá y de Raúl Gómez Jattin, entre otros poetas y escritores del Caribe. Por eso, cuando leo a Marel, me hallo a veces en sus versos, no por lo que ha dicho de sus vivencias personales, sino por la manera como expresa esas vivencias, aunque sus actos pueden ser parecidos a los de uno, por la estructura del pensamiento y del corazón y de la sangre. Seguramente sentirá el poeta lo mismo cuando lee alguno de nuestros versos, es como si en la palabra también hubiera un grado de consanguinidad, de esa consanguinidad que ya compartimos en las bases nitrogenadas que conforman nuestras moléculas. Será por eso que uno las siente como si uno también las hubiera escrito, como si vinieran de una misma vena, porque los códigos vibran parecido con frecuencia similar, aunque con una concepción propia. Es la memoria del poeta, y sobre estos asuntos metafísicos debemos indagar más. Y recuerden que cuando uno lee un libro, o un periódico, o una revista, o un artículo, o hasta una frase profunda, uno no volverá a ser el mismo, lo digo por experiencia, porque la experiencia no se improvisa.


Atentamente, El Escribidor de La Loma del Diamante.


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